miércoles, 20 de octubre de 2010

Si es que las cosas no cambian tanto de un siglo a otro...



"La gran maquinaria comercial sostiene, promueve, difunde y hace célebres a intérpretes cuyas canciones no cuestionan el sistema, sino que más bien lo adornan, lo idealizan, lo proponen como meta. No hay demasiada distancia entre las letras, las melodías y las imágenes con que son anunciados los artículos del mercado de consumo, y las que difunden las grandes vedettes del disco y del show televisivo. Los apenas entrevistos cuerpos jóvenes que entre tules o espumas corren ágiles y embelesados en busca del cigarrillo o del refresco o del automóvil o del perfume de turno, son los mismos cuerpos jóvenes, casi irreales de tan hermosos, tan impecables y tan sosos, que transitan, igualmente ágiles y embelesados, por las canciones que martillean cotidianamente el oído de la juventud. No exagero si digo que las letras de esas canciones tienen un vocabulario más monótono y reducido que el empleado por Washoe, la joven chimpancé rigurosamente entrenada por los psicólogos R. A. y B. T. Gardner, de la Universidad de Nevada, y que ha logrado un lenguaje gestual de dimensión y expresión casi humanas. En 1970, cuando otro psicólogo, Roger S. Fouls, de la Universidad de Oklahoma, posibilitó el encuentro de sus dos chimpancés machos, Bruno y Boes, con la célebre Washoe, ésta formó, en su lenguaje gestual, dos frases que al parecer no estaban previstas en su aprendizaje: «Ven a acariciarme» y «Dame fruta». En el mundo de la canción mercantil, la primera cita podría quizá figurar sin demasiada violencia en el estribillo de un hit, pero la segunda en cambio es demasiado escueta, despojada y vital; ergo, no sirve. No es cuestión de ponerle música al hambre, venga de donde venga.

Muchos de esos cantantes populares que, conscientemente o no, se prestan a ser ellos mismos una propuesta de evasión, de anestesia social, son a la vez (al menos en América Latina) víctimas del mismo engranaje que los catapulta a la fama. El monumental aparato publicitario es un monstruo despiadado y voraz: así como los inventa, también los destruye o los olvida. Es claro que son víctimas más bien suntuosas, ya que generalmente hacen ganar mucho dinero a sus empresarios, agentes, productores, etcétera, y por lo tanto cada migaja del gran dividendo suele ser una migaja millonaria. De modo que cuando el monstruo detecta que un hombre determinado no da más jugo, y decide rápidamente inventar al sucedáneo, al descartado suele quedarle un buen pasar, un confort a prueba de amnesias populares. Pero estos ingenuos muchachos y muchachas que algún día tocaron la celebridad y creyeron que la alcanzaban por sí mismos, por su real valía, quedan a veces (con dinero, pero sin fama) destruidos o resentidos para siempre.

En cambio, el artista que de algún modo da, sin proponérselo, lo mejor de sí mismo, y lo da con honestidad, con rigor, sin concesiones, quizá no llegue nunca a las cúspides de venta o a los espectaculares salarios de aquellos meteoros, pero en cambio su obra, lentamente formada y por lo general difundida a contrapelo de los grandes mecanismos publicitarios, va quedando, no sólo en las discotecas o en los archivos, sino también en la selectiva memoria de la gente."


Mario Benedetti

"Daniel Viglietti, desalambrando"


2 comentarios:

Rober dijo...

Como Ramoncín, le ha faltado decir al maestro.

NáN dijo...

Entrar em la selectiva memoria de unoc pocos elegidos es suficiente.