viernes, 25 de noviembre de 2011

My favorite things (al modo en que Lucini trazó este mismo día en otra parte)


Bien entrada la madrugada, un poco tambaleante el suelo (“moviéndose el barco” que diríamos en argot alcohólico) volvía a casa después de haber pasado por varios locales. Fue muy divertido. Al llegar hice sonar por los altavoces de mi equipo a John Coltrane, “My favorite things”. Me encanta este tema y siempre me viene al recuerdo el vídeo en blanco y negro que está al principio de esta entrada. McCoy Tyner (contrabajo), Steve Davis (todavía al piano, pues era la época pre-Jimmy Garrison) y el inconmensurable Elvin Jones (batería). Sin caras de esfuerzo desgranan lo mejor de una época. Me lo sé casi de memoria pues lo utilizo en muchas ocasiones como banda sonora de las mañanas de ocio y soledad y como fin de jornada en las noches de soledad y ocio.

Por cierto, que sigo tras los pasos de Antonio Martínez Sarrión. Estoy esperando a que me llegue (gracias a P.V.) Jazz y días de lluvia. También, a ratos, me dedico a desgranar La espuma de los días, de Boris Vian.

Tengo que reconocer que la influencia de Guillermo Mcgill (él me indica qué pasos seguir en cuestiones jazzísticas) me está descubriendo un nuevo universo fascinante, como un mundo en el que estaba desde hace mucho. Simplemente yo no lo sabía.

Pero no todo es jazz ni todos los días llueve en Madrid.

En breve estaremos fumando a medias (http://fumando-a-medias.blogspot.com/) Paco Cifuentes y yo. Por este motivo, doy marcha atrás hacia la tarde de aquel mismo día, estuvimos en la grabación del programa de Víctor Alfaro para Radio Sol XXI. Me gustó mucho la energía que despliega este hombre y cómo le gusta su trabajo. Allí nos encontramos con Fernando Lucini (http://fernandolucini.blogspot.com/). Como en cada encuentro con él, desplegó una sabiduría interesante y una memoria prodigiosa. Es un hombre cariñoso, con una impresionante agilidad mental y muy respetuoso con lo que más le gusta: la música. Esto no quita para que sea capaz de decir algunas verdades como puños. Y así lo demostró aquella tarde.

También estaba Manuel Cuesta. Tengo que reconocer que no conecto con lo que hace. Lo siento, pero se acerca demasiado a todo eso de lo que vengo huyendo desde hace tantos años. No puedo con la ñoñería. No puedo con las posturas de “chico bueno”. Ni uno de nosotros lo es en el fondo. Siempre me ha atraído más el lado oscuro, qué le vamos a hacer. A pesar de ser tan aburridamente correcto supongo que tendrá su público.

Termino con mi descripción de ese día.

El descubrimiento, indudablemente, fue Javier Bergia. Me impresionó la claridad con la que hablaba. Sin reparos y sin dejar títere con cabeza. Me encantaría escribirle una canción.

Totalmente de acuerdo con Lucini (el Fellini de la canción de autor). Aquella fue una de esas tardes que merece la pena haber vivido.


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