jueves, 13 de septiembre de 2007



El animal que llevo dentro


no me ha dejado nunca ser feliz.

Me roba todo...

hasta el café,

me vuelve esclavo de mis pasiones.




9 comentarios:

Paralelo 49 dijo...

Dentro de mí
chispas de fuego
y el agua que lo apagará
si quieres ver como arde
espárcelo en el aire
o déjalo en la tierra...

Anónimo dijo...

aquí me puedes. Con Battiato me vuelvo un hombre fácil, ese poeta profundamente urbano de una delicadeza exterior a la ciudad.

Pero sigo, sigo, volviendo a ver tu poema anterior: breve, cuidado, profundo. Para tenerlo en una pizarra un tiempo.

¡Ah! La inquietud. A veces la echo de menos (no tanto como me horrorizaba cuando la tenía). Ahora que el animal se despereza multiplicado en cada una de las células, con el peludo cabezón sobre las patas delanteras, mirando hacia dentro.

Nos queda la palabra, para provocar dentro las mismas sensaciones. Una de las razones de la Poesía. Una de las mil válidas.

kika... dijo...

Sólo pasaba a dejarte un beso, más o menos animal (según el día).

Rober dijo...

Con Battiato me levanto a veces; escucho sobre todo una recopilación de sus temas en castellano, un doble cd que ya he tenido que comprar varias veces a causa de los estragos del tiempo y las mudanzas. Ha sido el único disco que alguien me ha roto por venganza (o por amor, en el fondo es lo mismo) (bueno, también una vez cayó desde una ventana un libro de Muñoz Molina, pero esa es otra historia...)

Estoy intentando abandonar ciertos vicios (hablar demasiado por teléfono, pensar qué hubiera sucedido, o ese control que ejerce sobre mí el sexo) porque me apetece volver a replegarme, agarrar con fuerza mis rodillas y en una bola echar a rodar sobre mí mismo arrasando con todo lo que me encuentre. Es una actitud egoísta, dirán, y no les faltará razón.

Amigo Nán, no sé qué es ser un poeta. Pero sí sé que las palabras pueden ser poesía. Como ángeles que sobrevuelan ciudades. Pueden ser destructivas y también reconfortantes. Pueden darte la razón y, en cualquier momento, quitarla caprichosamente. En el fondo eso da igual. La vida es. Y hay que aplicar filtros para dejar al aire lo que uno considera valore (como diría de Luca) sin más. Como las ortigas verdes, los globos aerostáticos, tus libros en una estantería (un beso, Par)…

Este verano he tenido mucho tiempo para pensar. No siempre lo he hecho, afortunadamente. Pero en las largas horas de viaje uno se puede reconstruir a sí mismo constantemente, como por inercia; pensar en los detalles que preocupan o en las posibilidades que se van abriendo, todo relacionado (lo alegre y lo frustrante) en una orgía vital (no sé si te sonará esto de algo, Kika)(digo lo de pensar desde uno mismo, no lo de la orgía) (por cierto, nos vemos en los bares)

Así que igual es el momento de ir hablando con tus viejos amigos, de aprovechar de verdad el tiempo haciéndote un porrito y con toda la calma del mundo fumar leyendo el periódico en alguna terraza con mañana soleada de este Madrid al que, en definitiva, me alegro de haber vuelto.

Como se puede comprobar, estoy intentando abandonar ciertos vicios.

Pero sigo fomentando otros.

Lara dijo...

No te abandonarás a ti mismo.

He escuchado tu voz a las dos de la mañana, lejos y cerca, como las voces de esa hora. Tantas veces la había oído antes, con más ruido, ya sabes, la juerga interna que siempre hemos llevado dentro. Estamos cada uno en su castillo, desmoronado, reconstruido, de buenos propósitos, de malas enmiendas, de da lo mismo, al fin y al cabo. Pero estamos, y poco nos vemos (los vértices de ese grupo de antaño, algo desperdigados, pero tan inevitablemente unidos), en estos meses en que yo he huido a la sierra y tú has huido a la carretera.

Yo no sé, tampoco, la definición, pero sé los nombres, porque me los enseñasteis hace mucho tiempo, porque yo ya los sabía de antes. Al principio del verano, estaba tomando una cerveza con Paco (y hacía tiempo que no tomaba cervezas con él) en una barra de Chueca. Me dijo, un poco preocupado:
-Oye, tú que ves más al cabezón, ¿cómo está?
-Bien, bueno, currando mucho fuera.
-Ya, pero es que el otro día lo vi y me estuvo convenciendo de que su trabajo era de puta madre y ¿sabes?, yo me quedé un poco mosca porque Roberto es poeta, y punto.
-Pero ¿cuánto de ciegos estabais?
-Progresivamente.

Unas semanas más tarde, en una playa de Huelva, coincidí a duras penas (más por mí que por él, funcionario ocioso) con D. Jota. Ya habíamos tomado conciencia del hecho:
-Pues Roberto está muy contento con su trabajo pero a ver si no se le olvida que es poeta.

Y como la vida aquí es amplia yo te reinvento, te mitifico. No en lo de poeta, compañero, que eso es el peor de los vicios, sino en el de currante voladizo inasible de callos en las manos y camisetas negras que se me escapa de las letras. Es como cuando llevabas trajes de Armani y gafas de sol y vendías seguros, y yo te miraba, peligroso enemigo, y aun así te ponía el almuerzo y te liaba los cigarros. Ahora, claro, no es lo mismo (aunque hace poco fue más aún, más cerca y mucho mejor, casi), porque vivo lejos con la otra duendecilla y tú siempre fuiste difícil de convencer para las cuestas.

Entonces espero la redención.

Roberto siempre se va lejos, por un tiempo. Se va lejos y se aleja de sí pero no se abandona, porque su yo cromático tiene tantas vidas (de pirata a boticario canalla) que tiene que alimentarlas una a una. Y a mí no todas me caen bien, aunque a todas les pondría el almuerzo, por devoción y por pacto de hermanos.

Roberto siempre se va un tiempo, y desaparece (y os aseguro que es mejor así), pero luego llega, abandonado en sí mismo, poético perdido, Robertiano macarra impactado de ternura, y se inventa mundos esféricos que caben en un cuenco de barro y te hacen feliz por mucho tiempo, por todo el tiempo que hace falta para ser feliz.

Así que, Roberto, cuando vuelvas (en ésas de periódico y ciudad lenta), no dudes en pedirme uno, con poca leche, casi sin azúcar.

carmen moreno dijo...

¿Por qué siempre tenemos la sensación de que no estamos donde debemos? ¿Por qué crees que uno siente necesidad de cambiar, aunque las cosas no le vayan mal? ¿Recuerdas?

No está mal recogerse de vez en cuando. Pa'esos ratitos de sentarte en una terraza a leer...: ¿puedo quedarme a tu lado?

Rober dijo...

Nunca me han sabido mejor unas lentejas o un puchero como cuando comíamos en el piso de la Gran Plaza donde vivíais (o en aquel altísimo Pedro Salvador)
Te recuerdo con un pañuelo en la cabeza, la música a pleno pulmón, entre sartenes y libros (entre peligrosos delincuentes y catedráticos de comunicación), lo mismo en un bar, que en un teatro, que de mudanza general. Me recuerdo a mí mismo en esas circunstancias (algo no siempre agradable) con D. Jota y Paco Cif y tantos otros personajes de nuestras vidas (vaya glosario de animales nocturnos que podríamos sacar...) Pero la verdad es que me (nos) prefiero ahora. Cualquier tiempo pasado fue. Y tú estás mejor que nunca.

Carmencita, Carmencita. Píllate ya un buque de esos imposibles que tú frecuentas. Yo te espero al principio de la calle atocha, en una terracita curiosa leyendo el periódico.

Anónimo dijo...

aGracias, por dos razones: por tus cálidas palabras y por permitirme descubrirte. Un beso.

Rober dijo...

¡Qué rapidez!

Vaya, me dejas un poco en fuera de juego, Ana. Pero aprovecho para recomendar a todos que pasen por tus blogs, en especial ese que se llama Hablemos de Victorias. Me parece de una lucidez admirables. Llegué a él a través de Rebeca y me he quedado prendado.

Un beso para ti también.