sábado, 26 de diciembre de 2009

medir silencios

Ayer fue un respiro, una tregua, un día soleado en este tremendo invierno. Es todo tan diferente al año pasado, tan distinto de hace cinco, diez, quince años. Yo soy diferente y eso os hace diferentes a vosotros. Otro escenario un poco más decadente, el mar junto al que siempre dije que quería pasar un invierno, mis viejos amigos que suelen estar pendientes del teléfono y todo este plantel de nuevas caras. Mi familia un poco defraudada (mi hermana me saluda desde lejos, agita sus brazos me piensa despierto y me pide que fondee cerca de los puertos que nunca vieron el mar) Yo que solamente había pensado en vivir un poco, alejarme de mí mismo en un juego que se vuelve peligroso después de estos últimos meses. Y todos vosotros que seguís leyendo aunque no os conteste. Llegan rumores que no cesan, pero tengo una facilidad alucinante para confundir los hechos con el batir de las olas. Y luego está lo de establecer prioridades ante las cosas, deshacerme de los horarios esclavos, leer, escribir de nuevo (un émbolo de presión que me libera por dentro cuando consigo que se accione) dormir cuando lo pide el cuerpo. Tengo que reconocer que no sé llorar. A veces suelto un sonido lastimero que parece acercarse, pero no, es una gran mentira, la ficción de algunas fórmulas aprendidas durante años que te hacen parecer accesible o sentimental. No hay nada de eso. El sentimiento de melancolía que un día me propuse arrancar no ha vuelto. Prefiero la tristeza (mucho más dura pero auténtica) a la añoranza de momentos que nunca fueron perfectos ni estuvieron rodeados de ningún halo de misterio. El cuerpo duele si lo maltratas, eso es otra cosa. Sabes que el esfuerzo físico te pone en tu sitio. Lo demuestra que has adelgazado una vez lejos del ambiente burgués, te sientes mejor a pesar de la tos profunda que la humedad te ha dejado calada en los huesos. Ya no sufro de insomnio. El silencio. La gran verdad de uno mismo. Soportar el silencio propio. Desvincularte del continuo jaleo y cerrar los ojos. Puedes fingir que eres un ser social, puedes salir y entrar, conocer a gente, deslumbrar momentáneamente con una respuesta oportuna, alguna gracia ocurrente, dejar entrever que esto es un simulacro de vida, la máscara que oculta otras vidas paralelas, sabiendo que eso vende mucho. Pero no puedes engañarte a ti mismo. Sabes que todo eso no son más que falsedades. La verdad es tu relación más o menos cordial con ese yo interno que ya no sufre de ansiedad y te permite disfrutar cada vez más de este silencio.

2 comentarios:

FANGO dijo...

Despues del silencio vendran otras cosas pero de momento te sera necesario. Todo tiene su proceso y correr no sirve de nada. Considera tu estado como algo natural (aunque no llores). Un beso grande.

NáN dijo...

Un invierno en Mallorca suena a título autobiográfico del XIX. El silencio se puede conseguir casi siempre. Si no gritas los demás dejan de gritarte.

Ahora ha salido el sol por un agujero de las nubes. Es domingo. Estoy solo, escribiendo un "western" y escuchando a trevor Pinnock desde Spotify. Cuando paro la música, escucho a los pájaros del jardín del palacio que hay frente al balcón. El mar debe estar por ahí, en alguna esquina de mi pueblo Malasaña.

Estoy bien y no siento más tristeza de la necesaria para no crerme del todo que estoy bien. Aunque no escuche las holas de ese mar, en realidad no necesito oírlas.

O sea, estoy bien en este silencio.