jueves, 15 de febrero de 2007



El miedo a la razón nos produce a nosotros.
Los monstruos también tenemos nuestros miedos razonables.




Y cuando los temores nos asaltan, está escrito volver a nuestras guaridas (la hipotermia regulada nos convierte en formas casi humanas) y entonces observamos a ratos desde la entrada de nuestra cueva; reflexionando sobre lo que acontece, sin levantar la voz, ni golpear las mesas, ni comernos a los aduladores (tan gustosos entre los dientes)
La vista me deprime. La ausencia de monstruos crea caos, los asustadizos aprovechan para envalentonarse y pelean entre ellos provocando los mismos gritos con los que antes nos denunciaban.






Rompiendo las leyes he decidido no dormir este siglo. He abandonado los riscos y me he mezclado con la gente. La abundancia de alimento y la ausencia de hambre es una sensación extraña para mí. Pese a que mis formas son bruscas, mi perfil abrupto y mis ojos violentos, he descubierto la más excitante de las emociones: mezclarme con estos seres frágiles en una de sus ciudades.






Ahora los observo de nuevo (han pasado tantos años) desde el balcón de una habitación alquilada en un hostal barato frente al que casi siempre llueve. Son reconocibles para mí por sus olores, su lenguaje, sus sentimientos extraños y, algunos, incluso por sus nombres. Los veo (el mismo caos, la misma vida) cruzar por la plaza siempre mojada.

Y comienzo a tener hambre.

5 comentarios:

Lara dijo...

¡Ah!
(no es una exclamación, es un grito)

Rober dijo...

haberlos hailos Larín.
(incluso en las exclamaciones)

Esta noche te toca dormir con las mantas a la altura de la nariz y las puntas de los pies fuera.

Un beso.

Anónimo dijo...

qué ganas tengo de veros a los dos aunque se me quede la nariz roja cuando no os entiendo... un besooo.
(¿cuándo montamos algo, lo que sea?)

Rober dijo...

Cuando tú quieras, marionita mía. Yo tampoco me entiendo a veces y aquí estoy, sobrellevándome.
Un beso.

Miguel Marqués dijo...

Qué monstruoso, sobrellevarse, y qué práctico.

El monstruo no se asusta, como la escoba no se barre.

Yo quiero ser, cuando me apetezca, el monstruo que me soñaron.